viernes, 24 de octubre de 2008

sobre la plaza y la biblioteca


"Lo mejor era que, miraras donde miraras, una vez que ocupabas el centro de la plaza te rodeaba el infinito. En una misma tarde, si querías, podías fajarte con la muerte cruzando el puente Negro por las vías a la misma hora en que un tren cargado con palos de algarrobo avanzaba en sentido contrario; aprender a silbar escuchando a unos músicos con gorra de almirante que tocaban música de Strauss; dibujar con tiza una pista de atletismo para batir el récord provincial de salto en ancho y, poniendo el labio inferior sobre el labio superior, soplar con fuerza e imaginar que ibas a lomos de una moto. El infinito limitaba al sudoeste con el río, al sur con la bandera argentina de la Seccional Sexta y al norte con el felpudo de la Biblioteca Vélez Sarsfield. Para ser socio de la Biblioteca tenías que llenar una ficha donde te preguntaban si eras un niño casado o un niño soltero y si eras capaz de leer con la luz apagada. Un año después te tomaban examen haciéndote reconocer los libros por su aroma: los de hadas olían a talco de bebé, los de piratas a Burt Lancaster y los de señoritas muertas de amor, a siglo XIX.
Si aprobabas podías quedarte para siempre.
Un día, sin embargo, descubrías que había muchos más libros por la parte de afuera que por la parte de adentro de la Biblioteca. El niño que corría desafiando a un tren cargado de algarrobos podía ser un libro extraordinario. Y la pista de tiza para el campeonato mundial de salto en ancho era una obra maestra que había que descubrir. La literatura estaba viva y para capturarla sólo había que cazar las palabras con un arpón de punta fina.
Todos los libros del mundo estaban en la Biblioteca Vélez Sarsfield y los que aún no se habían no se habían escrito se podían ver a través de sus ventanas. " ...::::
Daniel Salzano::....La Voz del Interior (11-05- 97):::::::....(foto y texto gentileza de M.C Sgró)

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